El otro día leí en un manual de periodista de opinión que para ganar lectores lo que más funciona es criticar algo de política o temas tabú dándole un toque de actualidad y, si se puede, de ironía. En la televisión, entre Mercedes Milá hablando de sus pedos porque los concursantes llevan más de 20 días sin cagar y Mariano Rajoy afirmando que el hecho de que el Papa usara el catalán en la misa “es lo mejor que le ha pasado en mil años a esta lengua”, me topé con Benedicto XVI en todos los informativos nacionales. Lo cierto es que la última visita de Juan Pablo II a España fue todo un acontecimiento al que, no sólo en los medios, sino en la sociedad en general e incluso en los centros educativos –yo todavía estaba en el instituto-, se le dio una importancia desmesurada. El pasado domingo, para la mayoría de los españoles, fue un día normal.
Lo único positivo de todo este asunto es que la visita ha causado un impacto económico bastante significativo en Barcelona. Y digo esto porque el resto es vergonzoso, increíble, repugnante. Me da vergüenza ajena que en el 2010, cuando supuestamente todos luchamos por la igualdad de género, la iglesia católica reivindique con toda naturalidad la homofobia y la misoginia. Me parece intolerable el retraso mental que pretenden conservar e implantar otra vez respecto al derecho propio a morir, el derecho propio a divorciarse o el derecho propio a abortar. No me extraña que más de la mitad de los jóvenes no crean en una divinidad y ni tan siquiera en varias, así nunca van a captar fieles. Me encanta que el Papa Benedicto XVI salude tras diez centímetros de cristal para demostrar su fe en Dios.
Al hilo de la visita del Pontífice me llegó un e-mail en el que me proponían formas de “recristianizar” el mundo con sandeces como bendecir la mesa para no coger el sida por comer algo en mal estado, evitar ir a la playa para no ver a gente con poca ropa, apostar por prohibir las revistas pornográficas, poner una virgen en el portal, pasar por el confesionario cinco minutos cada semana, decir “gracias a Dios” y “si Dios quiere”, repasar todos los días el Catecismo con los hijos o elogiar entre amigos la santa pureza y la obediencia al Papa. Si a día de hoy alguien hace eso no me queda otra que llamarle a la cara, o escribirle con mayúsculas, IGNORANTE.
Por todo esto y lo que no pongo aquí digo que el Papa, desde pequeño, mama la ignorancia, el alejamiento de la realidad, una tradición anticuada, la discriminación, las normas absurdas, la ausencia de libertad personal y la mentira por encima de todas las cosas. Es como si se negara a utilizar el PornoTube para ver cómo un cura escucha decir “¡qué deleite!” a la monja gallega que se está follando cuando realmente grita “¡qué de leite!” mientras se la mama.
Cada cual debe tener unos valores, pero alejados de preceptos ilógicos, esa es la única forma de que los jóvenes sigan creyendo en algo, que será en el destino, en la casualidad, en la suerte o en Dios, pero creerán. Para terminar tan sólo un apunte de filólogo: el femenino de ‘Papa’ es ‘Papisa’.
Su Santidad la mama
Publicado por
Abdul Grau
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